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ESTOS RELATOS MARCAN LA CIMA EN ZOLA, POR ENCIMA DE SUS NOVELAS MÁS
CONOCIDAS
Las narraciones incluidas en el presente libro superan, sin duda, sus novelas de mayor renombre, lastradas, en muchos casos,por una extensión excesiva y un exceso de tremendismo pesimista en su descripción de la sociedad de la época. Escritos para ser publicados en revistas, elaborados con anterioridad a sus laboriosos ciclos novelescos, se puede decir que casi baten al coetáneo y brillante Maupassant en su mismo terreno -el naturalismo límpido, emotivo, impactante- y manifiestan una vertiente de Zola que, de haber abundado en la misma, lo hubiera convertido, quizá, en un autor tan vigente y atractivo como son esos otros grandes realistas decimonónicos, Flaubert y Balzac. Originales, llenos de emoción, estos relatos propician una lectura apasionante y manifiestan una faceta lúdica a la vez que muy humana del autor que finalmente resultó, quizá por desgracia, ofuscada por su condición de escritor socialmente comprometido o de cabeza de escuela literaria.
«En Thérèse Raquin he querido estudiar temperamentos, no caracteres. [...] He elegido personajes dominados soberanamente por sus nervios y su sangre, desprovistos de libre albedrío, arrastrados a cada acto de su vida por las fatalidades de la carne.»
É. Zola
Madame Raquin, preocupada por su enfermizo hijo Camille, adopta a su sobrina Thérèse, a la que cría como a una hija. Thérèse, inquieta y vital, crece y se casa con Camille para cumplir el sueño de su tía, pero su débil marido no consigue hacerla feliz. Un día, Camille lleva a su casa a su amigo Laurent, antítesis de aquél. Thérèse se queda fascinada por Laurent, y éste la seduce y se convierten en amantes. Durante un paseo en barca de los esposos con Laurent, Camille muere ahogado por ellos. Pero la eliminación del marido no conseguirá hacer felices a los amantes, que vivirán atormentados por el recuerdo de su asesinato.
Los escritos que Zola dedica a la defensa pública del pintor Édouard Manet se extienden desde 1866 hasta 1884, constituyéndose en una atalaya privilegiada para apreciar cómo la obra de Manet irá siendo aceptada por lo que hoy llamamos "el mundo del arte"; asimismo, con una muestra de las decisivas transformaciones que este mundo artístico conoce a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
Cansado de su serie Rougon-Macquart, Zola emprende con entusiasmo en 1891 un nuevo proyecto: Lourdes, primera novela de la trilogía Las tres ciudades, que completan Roma y París. Un mismo hilo conductor las une: la crisis de fe del abate Pierre Froment, y por extensión el eterno conflicto entre ciencia y religión que marcó el origen de la sociedad moderna a finales del siglo XIX. Lourdes constituye un testimonio incomparable del peregrinaje al sur de Francia, en el que la «masa» cobra una dimensión abstracta, con alma propia más allá del hombre, hacia el misticismo, la fe, el dolor y la esperanza humana. En una época donde impera el positivismo y la razón, Zola da una oportunidad a la ilusión y la mentira, al milagro como sustento del sufrimiento.
«París, es un estudio humano y social de la gran ciudad. En el marco dramático de una conmovedora historia de ayer y de hoy, se agitan la inmensa muchedumbre, los dichosos y los hambrientos, todos los mundos: el mundo del trabajo manual, el mundo del trabajo intelectual, el mundo de la política, el mundo de las finanzas, el mundo de los ociosos y del placer. Todo ello en un París, centro de los pueblos, ciudad civilizadora, iniciadora y liberadora.» Así redactaba el propio Zola el anuncio promocional de este inmenso drama social, crónica exacta y animada de la sociedad francesa de finales del XIX. Un fresco del París moderno, de sus lugares, de sus mundos, un himno a la ville-lumière, reina del universo y creadora del porvenir.